martes, 3 de julio de 2018

Nuestros primeros 3 meses juntos.

Llega el momento en la vida de toda pareja donde comienzan las pláticas sobre lo que viene, hacia dónde va todo. Hay pláticas más intensas que otras, aunque todas sean igual de importantes, y me refiero a intensas porque los hijos son un tema MUY relevante: ¿habrá hijos? ¿No habrá? ¿Qué pasa si esa decisión cambia con el tiempo?; y cuando decides que sí y tienes al primer hijo pues en realidad no sabes calibrar todavía el impacto que eso tendrá en la pareja y en sus vidas como individuos… PERO ya que tienes un hijo y sabes de qué se trata, pues la decisión se torna más compleja.


No quiero decir que tener hijos sea terrible, no lo es, es increíble y maravilloso, y una chinga a la vez. YO todavía tengo flashazos de mis veintipico horas en labor de parto, las ojeras de los desvelos apenas se me empiezan a quitar, y a pesar de eso, no paro de sonreír y agradecerle al Universo el regalo que me dio. La vida como pareja da un giro brutal, porque si, es complicado de repente adaptarte a vivir con alguien, pero nada se compara con ese momento donde te dan a tu hijo y llegas a tu casa y empiezan a aflorar las dos corrientes de crianza, las discusiones, los desvelos, la organización y la convivencia. Y una vez que estás medio agarrando la onda, pues te das cuenta que ya no tienes 18 años y que si quieres traer otro ser a este mundo, es hora de sentarse a platicar… ESA plática otra vez.

Al final, si piensas mucho las cosas, terminas por no hacerlas. Y desde que decidimos casarnos adoptamos esa filosofía: hay decisiones que no se piensan tanto, y muchas de esas decisiones son las más importantes de la vida, y hay que aplicar un pues mi deseo es más grande que el miedo, agarras la ola y te lanzas. Y así fue.

Creo que los seres humanos tenemos como un chip que nos hace creer que si hemos vivido algo, pues ya nos la sabemos perfecto, lo tengo identificado y aun así no logro controlarlo, ese pensamiento de sentir las cosas bajo control sigue apareciendo, así que cuando vi la prueba positiva, respiré y dije: ¡ok! Pues ya llegó, a recibir a este ser como se debe, ya sé que hay que hacer, citas, vitaminas, cuidados, pues listo.

Pero, el Universo en su infinita magia y sabiduría volteó a verme y soltó una carcajada: ¿tu crees que sabes? Bueno, vamos a mostrarte que no. Y así comenzaron los primeros 3 meses (o esas famosas 12 semanas). De mi primer hijo tuve dos semanas de náuseas, donde me sentía asqueada con poca hambre y cansancio, fueron dos semanas contadas y ¡listo! El resto del embarazo fue simplemente engordar. Me acuerdo que me reía de las mujeres que pálidas contaban sus penas, y yo pensaba: ¡ni aguantan nada! Recuerdo mis posts en Facebook “rompe mitos” y entiendo lo que sucedió y por qué. 

De repente empezaron las náuseas, cerca de la semana 5. Abría los ojos y tenía que tener ya una fruta en la boca porque si no… todo el día estaría medio desmayada o arqueando. Pasaba la mañana y a medio día nuevamente el asco que me hacía estar normal y al momento siguiente arqueando como si no hubiera un mañana, y por la tarde/noche, otra vez. ¿Comer? No, gracias. ¿Cómo pueden comer carne, es asquerosa y huele fatal. UFFFF ese señor que pasó en la calle huele horrible, ¿cómo por qué me habla la gente?, mi teléfono es asqueroso, el olor del refrigerador ni pensarlo, el olor de los coches, de la calle (¿ya se dieron cuenta que las calles huelen a tortilla?), empecé a tener antojo de cosas frías, eso me ayudaba con las náuseas, comía hielos, paletas, agua, lo que fuera frío.

Recuerdo un día iba manejando y en la calle había una caja aplastada con frutas (como si se le hubieran caído a un camión y las hubieran aplastado) solo de verlas me fui arqueando como 3 calles. ¿Lavarme los dientes? (a la fecha es un martirio). Subía corriendo las escaleras porque podía oler la comida de los vecinos y me daba asco, me enojaba muchísimo por todo, con todos, y de repente llegó el sueño.

Bendito sueño. Ir manejando y llorando de sueño, hacer yoga con sueño, jugar con Leo muriendo de sueño, llegar arrastrándome a la cama… y no poder dormir. Cansancio infinito, viendo pasar los minutos anhelando que llegara Alex de la oficina para poder recostarme y hacer una pausa. ¿Qué es esto? Quejas todo el día.

Tuvimos nuestra cita con el médico, el chip ese que les digo activado al 100%, ya se lo que me va a decir, ya sé lo que va a pasar, le vamos a dar la noticia a la familia, Leo va a estar feliz!), y pues no. Resultó que para la semana en la que estaba, el ultrasonido estaba mostrando la bolsa de bebé pero no al bebé. Recuerdo la cara del doctor, el tono de su voz, la forma en la que nos miraba: hay una posibilidad de que no haya bebé, pasa en un % de embarazos, no podemos hacer nada más que monitorearlo y vernos en 2 semanas más, si pasa algo antes, por favor me avisan, el cuerpo tiende a limpiarse solo en estos casos y necesitamos asegurar que todo esté bien, hay que tomar esto, ponerse esto… entré al baño a cambiarme y me vi al espejo. Traté de no llorar, respiré. Me pidió más análisis de sangre para medir la hormona, y paciencia, calma y cuidados.

Yo creo que las parejas pasamos por momentos que superamos juntas, que hablamos, que compartimos, y también pasamos por momentos donde simplemente nos miramos a los ojos y podemos entender lo que el otro está sintiendo. Este fue uno de esos momentos, yo sabía que los dos estábamos muy asustados, ninguno quería hablar puntualmente del tema, si uno se derrumbaba la cosa iba a estar más difícil. Han sido las dos semanas más largas y difíciles de mi vida, ¿cómo se supone que te sientas? ¿Triste? Pues no porque no han confirmado nada, ¿Feliz? Pues tampoco porque no han confirmado nada. ¿Hay algo que puedas hacer para salir de esta más rápido? NO. Confianza, paciencia, calma; es todo. Le menté la madre a todos los seres humanos que en algún momento han dicho “es como el embarazo, estás o no estás embarazada, no hay medias tintas” y quería tener un megáfono que dijera: SI HAY MEDIAS TINTAS IDIOTA.

Me volví una especie de robot que funcionaba básicamente por mi pequeño Leo, que me veía con cara de: a esta mujer algo le pasa. Los momentos donde no estaba con él, pues lloraba, y buscaba hacer mi vida para distraerme, había días que lo lograba, otros que no. Me urgía que llegara la noche, que era cuando todo estaba en silencio y yo podía hablar con Dios, preguntarle qué estaba pasando. Los fines de semana era un bulto tirado en el sillón. Los síntomas se incrementaron de manera exponencial, mi cansancio me impedía poner atención a algo, o moverme. Mi cabeza estaba revuelta, mareada, cansada, me dolía el pecho y bendecía cada náusea porque eso indicaba que había hormona, y si había hormona, había esperanza.

Llegamos a la cita con el Doctor hechos pomada, él se dio cuenta porque lo primero que hizo al verme entrar por la puerta llorando fue subirme a la camilla para hacer el ultrasonido. Su pantalla está en el techo entonces yo no sabía si quería ver o no, entrecerré los ojos y los abrí porque me sobresaltó el grito de Alex: ¡AHÍ ESTÁ!, ESE ES SU CORAZÓN… veía borroso, estoy segura que hice una inhalación profunda después de dos semanas, y escuchamos el sonido más hermoso del Universo: su corazón, era un latido pero a mi me dijo: mamá, papá ¡aquí estoy! Ya no estés triste, mira, mi corazón late fuerte y vamos a estar bien.

Ese día aprendí cosas que tal vez me hubiera llevado años entender y aprender: el amor a un hijo surge desde el primer instante que sabes que está ahí, y es poderoso, es de ese amor que arrasa, que quema, que te da fuerza y que somos incapaces de controlar lo que sea, creemos que controlamos cosas, pero no es así, y el fluir con la vida a veces es más difícil porque, como decía una maestra, los huevos no son al gusto.

Ese día recé con más ahínco que nunca por todas las madres del mundo que han perdido un hijo, en la etapa que sea, de la forma que sea; porque a pesar de que mi experiencia fue difícil, no se compara con la suya y admiré su valor, su fuerza y entendí que no hay de otra, el amor es lo que las mantiene vivas.

“Casualmente” pasando esos días, mis síntomas fueron disminuyendo, coincidía con el número de semanas, la reducción de la hormona de manera natural y CLARO que sabía que estaba 100% embarazada. Esperamos un poco más para darle la noticia a Leo, y esperamos un poco más para darla a conocer al mundo, aunque honestamente, mi panza ya no se veía como de colitis para ese momento.

Me siento muy diferente, claro que cada experiencia que tenemos en la vida es distinta, aunque la queramos meter al frasco de “esta ya me la sé”, siempre hay algo que cambia, porque cada experiencia enseña, si no qué chiste tendría vivir.

Las náuseas se han ido, ha llegado la gordura (el cuerpo se va de gorda en tobogán cuando ya sabe que está embarazado otra vez, jaja), el dolor de espalda y el sueño y cansancio al parecer llegaron para quedarse. Todos los días hablo con el bebé, le cuento que estamos haciendo, siento cómo salta al escuchar a su hermano mayor y a su papá, me siento bendecida, es como si de todas las posibilidades del Universo me hubiera quedado con la ganadora. Muy atrás quedaron esos pensamientos de qué voy a hacer cuando nazca, honestamente aprendí a disfrutar el momento, el instante; aprendí a valorar más la vida, ya no tengo prisa, ya voy despacito.

Cuando alguien me pregunta: ¿y ya saben que es? Yo creo que es niña/niño porque bla bla bla, yo sonrío, y respondo: aún no sabemos. Y en mi cabeza y mi corazón resuena una frase extra: “lo único que pido es que sea un bebé sano, fuerte y feliz, sus genitales, son cosa suya”.

Así han sido nuestros primeros 3 meses juntos, intensos, llenos de adrenalina, de llanto, de risa, de asco, de enojo, de amor… y deseo con toda el alma poderte contar esta historia millones de veces (como hacemos las mamás) una vez que te tenga en mis brazos.  






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