viernes, 19 de septiembre de 2014

De repente...

Y de repente, te das cuenta que no encajas tan bien en el mundo. 
Te das cuenta que lo que has estado haciendo en tu vida, es simplemente repetir a tu manera los patrones creados por la sociedad o sus integrantes. 
Volteas a buscar en cada rincón de tu vida vestigios de tu verdadero yo, y empiezas a recordar quien eres. Tomando los pedacitos, empiezas a armar la historia. Recuperando poco a poco tus pensamientos libres, tus momentos felices, realmente felices. 
Se supone que todos los seres humanos pasan por momentos de "realidad", donde a través de algún tipo de crisis, replantean el sentido de sus existencias, el sentido de vivir, el propósito de estar aquí. Algunos deciden pasar por alto estos avisos de la mente o el cuerpo, otros toman drogas que lo van apagando, y otros, decidimos que es momento de voltear y hacerle caso a ese aviso, que ha estado latente diciéndonos desde siempre "yo vine a hacer algo más que esto". 
Hoy estoy abriendo los brazos a esta posibilidad... y estoy segura que algo grande va a pasar.

Cuando nace una mamá.

Siempre pensé que me casaría a los 25 años, de niña soñaba el día de tener hijitos. Sin embargo, comencé a crecer, y a conocer todas las diferentes opciones entre las que actualmente una mujer puede elegir. Entonces, decidí que iba a posponer eso de jugar a la casita y preferí comerme al mundo. Ser una profesionista entaconada y exitosa con su café de Starbucks en Polanco, de esas personas que nunca se equivocan, que son seguras... eso quería ser.

La primera vez que me plantee la idea de la maternidad fue cuando mi hermana (menor que yo) nos anunció su embarazo. Tuve la fortuna de compartir ese tiempo con ella y también los primeros meses y años de mi sobrino, y ahí no solamente descarté la idea de ser madre, si no que le temí y lo rechacé. ¿Quién en su sano juicio querría ponerse gorda, cansada, hormonal?, pero sobre todo, ¿quién querría tener esa atadura encima?, no poder salir, no poder desvelarse, no poder hacer prácticamente nada mas que atender a un mocosito lleno de popó y llanto. Una a una mis amigas o conocidas que tenían hijos iban como desapareciendo de la vida, y yo no quería eso.

Ya para mis 28 años, comencé a planear mi boda, sin tener tiempo o ganas de pensar en los hijos. Los niños siempre me habían gustado, pero de lejos. Y debo confesar que cuando mi esposo en nuestro segundo aniversario mencionó la idea de embarazarnos se me puso la espalda fría. Estaba trabajando en una gran empresa, tenía muchos amigos, tenía dinero y la vida en pareja iba marchando muy bien! Vacaciones planeadas, escapadas de fin de semana, salidas... el mundo de la maternidad podía esperar.

Entre broma y en serio, un día decidí que era momento de abrir esa puerta y cuando menos lo esperé un martes por la mañana la prueba de embarazo resultó positiva. Mi embarazo fue como un paréntesis en mi vida, no había síntomas o malestares (no graves al menos), me sentía contenta, algo cansada y gorda, pero mi vida y mi mundo seguían girando, me sentía plena y por alguna razón demasiado tranquila. Comenzamos las clases de psicoprofilaxis más como un juego, un paso más al que hay que ponerle palomita, pero ahí me empezó a caer el 20... de verdad ya no había marcha atrás, yo sentía que me había subido a la montaña Rusa y ya había empezado a avanzar, y cuando eso pasa, te tragas el miedo y te agarras fuerte, y eso hice.

Finalmente, llegó el día esperado, las contracciones se hicieron presentes y yo, que había mandado al cuerno a cuanta mujer bien intencionada me daba consejos pues me sentía ya muy preparada para el parto, me hice chiquita y empecé a temblar. De verdad no estaba pensando en la que me había metido! ¿ahora que se hace? ¿respirar? pero vimos como 4 respiraciones! ¿cuál es la que sigue?, tengo que caminar! pero no siento las piernas del dolor!!! Mi esposo ha sido siempre el mejor compañero de vida y no falló en esos momentos, estóico a mi lado, sin poder hacer mucho más que besarme y secarme el sudor de la frente. Dicen que hay que esperar a tener cierta edad y madurez para tener hijos, yo parí a los 32 años y honestamente creo que aunque hubiera tenido 42 o 52 nunca hubiera estado madura y lista para ese día. Leo llegó al mundo en una madrugada mundialista, y en el momento en que nació, supe que mi vida no sería igual, y nunca había tenido tanta razón.

Después de 25 horas de labor de parto, con adrenalina y oxitocina en todo el cuerpo, no pude dormir! y para cuando llegamos a la casa estaba destrozada. En mi imaginación, durante todo el embarazo, yo veía un bebé dormido en un capullo, o con un gorrito de girasol, de esos que cuelgan en todos lados, son seres sonrientes, gorditos y callados, dormidos... que gran fantasía y que alejada está de la realidad. Los bebés no lloran, los bebés gritan, exigen atención... no cada 3-4 horas que dicen los libros, cada segundo. Al cuarto día sin dormir, mi cuerpo colapsó. Tuve un ataque de ansiedad (yo digo que fue miedo) donde sentí que el mundo se me venía encima. ¿En qué momento decidí tener un bebé? si yo soy un bebé chillón todavía! ese pequeñito me está observando, atento... ¿y si fallo? ¿y si un día se me olvida darle de comer? o peor aún, ¿si se me cae mientras camino con el en brazos en la madrugada? ¿que tal si lo aplasto? o ¿si mi leche se contamina por algo que coma? (comí solo manzanas varios días), ¿que tal si por no ponerle límites se convierte en un delincuente juvenil?, de verdad ¿por qué grita tanto? está enfermo! seguro está enfermo! ... y una vez más, mi esposo atento, guardando distancia, pero atento estuvo ahí para apoyarme en mis semanas de altibajos emocionales. ¿Por qué no podía parar de llorar?

Me encontré un día con mi cara en el espejo, saliendo de bañarme, y no me reconocí. Una mujer ojerosa, cansada y pálida me veía atenta, asustada, buscando. Mis días se convirtieron en una sencuencia de repeticiones idénticas... amamantar, cambiar el pañal, arrullar, amamantar, cambiar el pañal, arrullar. Y entonces, en esos días, empecé a recordar quién era. Y me extrañé tanto! esa mujer libre, independiente, que tomaba decisiones rápidas sin equivocarse, que no se detenía por nada, que comía lo que quería y a la hora que quería, que leía un libro por horas sin distracciones, se había ido con todo y tacones corriendo, y rápido.

Hoy, Leo tiene 3 meses. No puedo creer cómo se ha ido el tiempo, y todo lo que hemos pasado, la casa está llena de juguetes, trapos, cobijas y muebles de bebé... hay algunos ratos de silencio que se interrumpen por el llanto (que hoy reconozco) de mi hijito. Me he sorprendido bailando con el, contándole mis planes, durmiendo con él, jugando, cuando lo baño o le doy de comer; es como una pesa humana que va conmigo a todos lados. Cada día hace algo nuevo, cada día mi teléfono se llena de más y más canciones de tatiana y episodios de Pocoyó, la ropa está llena de baba y Leo sonríe, se carcajea a la menor provocación; me reconoce. Sabe y ha sentido todos y cada uno de mis cambios de ánimo, mis emociones y no me ha juzgado, el sonrie atento, haciéndome saber que soy su mundo. 

Y entonces, me doy cuenta que tuve una vida antes, diferente, y que como cada etapa de mi vida, tengo que tomar decisiones, dar pasos y equivocarme... pero hoy sé que ninguna decisión o paso estaría completa sin él. Es extraño como un ser humano tan chiquito puede despertar tanto miedo, pero sobre todo tanto amor, es increíble como no puedo imaginarme una vida sin él, y cómo veo el mundo tan diferente, y cómo me recuerdo a todas esas mamás a las que yo cuestionaba antes y me respondían exactamente el mismo ridículo argumento: vale la pena. Hoy las entiendo.Orgullosa puedo decir que me uno a las filas de millones de mujeres que cansadas, despeinadas, ojerosas y sonrientes dicen: no cambiaría nada. 

Hace unos días fui a Starbucks con Leo. Sonreí al ver mi reflejo, esta mujer en flats y pañalera en lugar de bolsa de marca y tacones dista mucho de la foto que tenía en mente sobre lo que era realización y el éxito; pero por fin me reconocí, con esa sonrisa que tanto me ha gustado toda la vida pero con un toque diferente, como si supiera que el Universo sonríe en complicidad conmigo, porque ha nacido una mamá.