miércoles, 10 de junio de 2015

Una hora en recuperación.



El Jueves 12 de Junio de 2014 a las 12 am en punto estando yo recostada sobre mi espalda (cosa que dicen que no se debe hacer cuando uno está en la semana 40 de embarazo porque aplasta no sé qué tantas arterias y venas), sentí un calambre, no era un cólico como yo me esperaba que fueran las contracciones, era un dolor como si alguien me hubiera clavado algo en medio de la cadera, justo en la zona que mi abuelita bien llama rabadilla. No hubo forma de ignorarlo, me levanté como resorte, bueno, como el video del elefantito que se cae en lodo más bien, pero me levanté. 

Empecé a sentir la adrenalina por todo el cuerpo, empecé a respirar, y estoy segura que hice una cara de ojos grandes y me puse roja. Traté de mantener la calma tanto como pude, y de repente otra vez, la punzada... duraba según yo hora y media, pero cuando vi el reloj eran aproximadamente unos 10 segundos. Alejandro ya estaba levantado y con voz temblorosa me preguntó: ¿todo bien?, la misma pregunta que me había hecho todas las noches desde que tenía como 2 meses de embarazo y empecé a despertarme al baño. Esta vez esperé un poquito para contestarle, no quería espantarlo, aunque yo estaba a dos de aventarme por la ventana del susto. Le dije: “creo que estaría bien que contáramos las contracciones”, me preguntó si me dolía y si estaba bien, pero no quería verme muy Maricarmen así que le dije que si, y me traté de recostar. Sacó su app contadora de contracciones, y nos dedicamos al menos 1 hora a darle seguimiento a los dolores. Iban y venían. En realidad yo esperé que sería tal como me lo dijeron, primero cada 20 min, luego cada 5, luego cada 3 minutos y al hospital, pero las mías eran muy irregulares, unas cada 3 minutos, otras cada 20, otras cada 40. Después de dos horas traté de dormir.

Estaría bueno hacer una prueba, por favor intente dormir con una piedra filosita en el coxis. No logré acomodarme, las contracciones cuando una está acostada son más dolorosas, así que me levanté a caminar, a rodar, a sentarme. Alejandro iba y venía por todo el departamento. Yo me traté de dormir sentada y recargada sobre una mesita de servicio, lograba dormir entre contracciones. Así nos dieron las 6 am.

Los dolores iban y venían. Yo desayuné, revisé mentalmente 678 veces lo que habíamos puesto en la maleta del hospital. Llamamos al doctor y a la doula y nos dijeron: uy no, falta todavía. Sigan contando. Me di baños de agua caliente, me senté, me acosté de lado, sobé la panza, traté de meditar, puse un mantra y así pude descansar un rato. A las 4 pm nos fuimos al hospital, las contracciones se habían “regularizado” a un intervalo de 10-15 minutos. Me revisaron y tenía 3 cm de dilatación. Regresamos con todo y maletas a casa.

Cerca de las 7 pm, mientras rebotaba en la pelota y lloraba, Alejandro me sobaba la espalda y me abrazaba, llamamos a la Doula. Ella escuchó mis respiraciones por teléfono y nos sugirió contactar al doctor porque el cansancio se estaba apoderando de mi cuerpo (por no mencionar el pánico), así que el doctor nos recomendó realizar una conducción, que es básicamente inyectar oxitocina (la hormona que se rifa en el parto) para regularizar contracciones y acelerar el parto. No era mi ideal, y si hubiera estado en mis 5 sentidos seguramente hubiera esperado un poco más, pero llevaba ya casi 20 horas con contracciones muy fuertes y sin dormir. Así que hablé con Leo, con los ángeles y los que nos abren la puerta del depa para avisarles que ya era hora.

A las 8 salimos para el hospital. La experiencia de tener contracciones en un vehículo en movimiento en la ciudad de México es maravillosa, toda una aventura. Me revisaron, tenía 4 cm de dilatación. Me hicieron todo lo que hay que hacer en un hospital y me metieron a una habitación con el suero y un monitor. El corazón de Leo estaba perfecto, así que me tranquilicé bastante. Después de 20 minutos con el suero empecé a tener contracciones más intensas y regulares. Cada 15 minutos, luego cada 10, cada 5 minutos… 8 cm de dilatación. Mis pulmones, mi mente, mis manos y mis piernas temblaban, mis ojos se cerraban entre cada contracción y trataba de dormir, pero no lo lograba. Tenía miedo.

Llegó el doctor, me dijo que era momento de prepararnos para la expulsión, así que decidí que siempre si quería bloqueo y me dijeron: ay mamita, pues quién te entiende… a estas alturas no te pueden bloquear porque necesitamos que sientas la necesidad de pujar, así que te van a poner un mini shot para que aguantes un poquito más. En ese momento, la mujer del psicoprofiláctico y yoga que reía a carcajadas de las que pedían bloqueo empezó a suplicar por drogas. Alejandro me veía con ojos de susto, y yo me hacía la fuerte pero no siempre lo lograba. Me llevaron a quirófano.

En ese momento comprendí ese rollo de los partos respetados. Parir en un hospital es una exposición, sobre todo en un país donde las cesáreas son el pan nuestro de cada día, las enfermeras decían: “parto natural, sala 4, parto natural sala 4”, Alejandro se fue a cambiar, yo me quedé sola, amarrada de las piernas, temblando mientras acariciaba a Leo y le decía que todo estaba bien. Un doctor súper joven se acercó y me dio la mano. Había llegado a 10 cm, era hora de la expulsión.  

“Cuando sienta la contracción señora, necesito que puje lo más fuerte que pueda” En mi curso me dijeron que se pujaba de una manera muy educada y hermosa, en esa camilla pujé como un mandril. Gruñí, lloré, sudé. En ese momento, el dolor pasó a segundo término, yo quería que Leo saliera y bien. Escuché al doctor decir que venía muy grande, que posiblemente necesitaban fórceps. Yo nací con fórceps, me lastimaron un ojo. En ese momento dije: no, fórceps no. Y entonces, llamaron a un doctor que empezó a presionar la boca de mi estómago mientras pujaba. Alejandro me limpiaba el sudor y me decía: “Vamos flaca, tu puedes, tu puedes”, yo la verdad, sentía que no. Me sentía cansada, tenía miedo, frío, sueño. Me dejé caer en la camilla. El doctor me vio y le dijo a mi esposo: “¿Quieres ver?”, yo voltée a verlo para decirle que no, que seguramente era algo espantoso y honestamente pensé que podría azotar del impacto, pero él dijo que SI, y se movió de lugar.

Hay imágenes que nunca se olvidan, a mí nunca se me va a olvidar su cara, sus ojos se llenaron de lágrimas y dijo muy fuerte: “Ari, ya está aquí su cabeza, vamos, tu puedes” y en eso, las enfermeras, el doctor, todos empezaron a echarme porras, y cualquiera que me conozca, sabe que yo jamás defraudo una porra. Me agarré de los lados de la camilla, me senté y pujé, con toda la fuerza que pude, todo mi cuerpo aulló y sentí una fuerza muy grande, sentí como salía Leo completo, y me dejé caer en la camilla.  (No sé si mi papá lea esto, pero Papá, es por esto que yo no salgo maquillada en la foto donde nace Leo, porque parir no es glamoroso).

En eso, escuché a Leo, por primera vez. Dio un grito muy fuerte, que yo interpreto como “Mamá, lo logramos, ya estoy aquí”… El doctor dijo: varón, sano, respirando, madre estable, vamos a lo que sigue. A mí lo que sigue me importó un comino yo estaba con la cabeza volteada a ver a Leo, saber si estaba bien todo, me lo llevaron unos minutos, lo abracé. Nos miramos y le dimos la bienvenida. Creo que uno de los momentos más difíciles para mí ha sido dejarlo ir en la incubadora (por políticas del hospital se lo llevan 6 horas a observación, es por eso que si tengo otro, quiero más amor, más contacto o que me hagan una incubadora donde quepa yo con el bebé).

Me recosté, Alejandro se fue con Leo. Los doctores hablaban, y yo pensaba: acabo de tener un bebé, no hay nada que no pueda hacer.

Me llevaron, también por políticas del hospital, a la sala de recuperación. 1 hora para descansar. Esa hora fue la última hora en mi vida que estuve “sola”, donde agradecí a mi cuerpo todo lo que hizo, tenía tanta energía que pude haberme levantado e irme caminando, agradecí a Dios, a los ángeles y a todo el mundo, por esta experiencia de vida, en esa hora también pensé: ¿y ahora, qué se hace con un bebé? ¿Seré buena mamá? ¿Si estaba lista? ¿Seré igual de feliz que ahorita?
Adriana de la hora en recuperación, soy Adriana 1 año después. Ya tengo algunas respuestas, ¿qué se hace con un bebé? Bueno, se hace todo y nada. A un bebé lo único que necesitas darle es lechita y besos, cambiarle el pañal y tenerlo abrazado cada minuto de cada día, porque ese chiquito que apenas abre los ojitos y llora cuando lo dejas en su cuna, va a crecer tan rápido que lo vas a extrañar más de lo que crees. ¿Seré buena mamá? Bueno, depende que definas como buena mamá, eres la mejor mamá que Leo pudo elegir, han pasado juntos por fiebres, gripas, mocos, horas enteras de llanto (ilusa, en esa hora creías que solo lloraban de hambre), tardes de lágrimas juntos en pijama, pero también de risas, de odio a las vacunas, de abrazos, cobijas, pañales (no, el cálculo de pañales que hiciste y tu stock se acabaron en 2 meses y medio burra), harán yoga juntos, y tendrán un código secreto de miradas, tú sabrás (aunque en esa hora no lo creyeras) cuando tiene hambre o frío, o cólico, vas a ser capaz de saber que está mal acostado aunque estés a kilómetros, eres la mejor mamá. ¿Si estabas lista? No, nunca lo estuviste ni lo estarías, este es el momento perfecto. ¿Seré igual de feliz que ahorita? Vas a tener unos cambios muy cañones de ánimo, juras que esta pila y sonrisa son para siempre, pues no. Te vas a poner muy triste, te vas a perder y te vas a encontrar, te vas a desesperar y vas a querer tirar la toalla, vas a llorar de alegría y de miedo, Alejandro te va a tener paciencia, y Leo más. No, no vas a ser igual de feliz, vas a ser inmensamente más feliz, porque te vas a dar permiso de aprender, de equivocarte, y porque tienes a tu lado a un hombre maravilloso que te apoya, porque hoy tienes un espacio para dar terapias (si, tomas más cursos y te animas, si, vas a renunciar… ¿qué apoco dudabas de hacerlo?) y sobre todo porque tienes a tu lado a ese compañerito cachetón que te hace cuestionarte todos los días, reinventarte todos los días, sonreír y llenarte de amor, de hacer cosas que jamás creíste capaz… y lo que falta.

Las dudas de hoy, se las dejamos a la Adriana dentro de 5 años, que aunque ya más ruca, seguro seguirá siendo honesta y tendrá más amor y sabiduría para compartir.


(Por cierto, te recomiendo que duermas, las visitas llegan temprano y no vas a dormir una noche completa en … déjame ver, 1 año y contando).