jueves, 26 de febrero de 2015

El embarazo, desde mi perspectiva.


La vida se compone de momentos que se van entrelazando para formar historias, los favoritos siempre son los que te quitan el aliento, te detienen el corazón, los que de alguna forma tienen la capacidad de paralizarte de miedo y a la vez despertar en tí el valor para seguir, los que te hacen sudar las manos, te dan frío en la espalda. En mi vida, puedo contar con los dedos de la mano esos momentos. Pero hasta ahora ninguno se compara con el día que vi la prueba de embarazo con dos rayitas. 

No existe en el mundo (ya hice encuesta y todo) mujer que esté preparada para saberse embarazada y mucho menos para lo que sigue. Hay miles de posibilidades y probabilidades, pero todas ellas tienen algo en común: el instante en el que ves las dos rayitas. Porque aunque seas muy experta en pruebas de embarazo puedo casi asegurar que todas vamos de nuevo a ver el instructivo, aunque ya haya estado en la basura. Ya dándole un poco de "soporte cuantitativo" los datos existentes (en mi mente) aseguran que del 99% de las mujeres dicen: "la segunda rayita es muy pálida, quiero hacer otra". No hay nada más poderoso que la segunda rayita. Porque en cuanto corroboras que en efecto la prueba dice "por más clara que sea, si hay rayita usted está embarazada" sucede ese momento.

El embarazo es un estado de shock constante. Todos a tu alrededor se emocionan y te felicitan, llueven abrazos y consejos, mientras como mujer entras a una nueva dimensión. Estás como en slow motion, todo es más lento, los colores diferentes, sensaciones que se contraponen a lo maravilloso que "deberías" sentirte. Es inevitable entonces hacer un flash back a todo lo que pasó en las últimas 4-5 semanas, y entonces ves la película: corrí, monté a caballo, bebí como pescador de trucha, desvelos, en mi caso me subí a juegos mecánicos y fuí perseguida por horas por zombies, adrenalina, gritos... y entonces tu siguiente pensamiento es: "¿estará bien el bebé? ¿cómo pude?" y ahí, solita o acompañada sucede... la primera vez que tocas tu vientre.

De manera casi violenta eres introducida a un nuevo mundo, un lenguaje y términos que sin darte cuenta en cuestión de 2 citas vas a dominar. Dejas de hablar en días, meses y comienzas a contar semanas, descubres la importancia del ácido fólico y las vitaminas y maldices a cualquier fármaco que pueda ocasionar un daño a tu hijito. Sabes distinguir perfectamente en un ultrasonido su figura, su perfil y hasta puedes distinguir ya su sonrisa, aunque el sujeto en cuestión no mide más de 4 cm y es bastante amorfo todavía. Sales de las citas con el ginecólogo con tu ultrasonido en la mano y obvio el video y se lo enseñas hasta al señor que abre la puerta. Es que no ha existido un bebé más hermoso que ese! 

Empiezas a ver tu perfil religiosamente más de 1 vez al día en el espejo. Mientras te bañas, lo bañas. Cuando comes imaginas cómo es posible que tu cuerpo sea capaz de nutrir a otro ser, en mi mente, Leo daba mordidas a los tacos que me comía. 

Un día amaneces tan cansada que no puedes alzar los brazos, estás de malas y te levantas porque no hay de otra. De repente lo sientes... corres al baño y apenas llegas. ¡QUE ASCO! empiezas a ver a todos de una manera diferente, incluso a tu esposo, novio, pareja, hermano, tío, ¿qué le pasa a los hombres? ¿desde cuándo se volvieron tan apestosos? ¿cómo se atreven a comer? o incluso, respirar.
Me acuerdo que en la oficina me la pasaba comiendo pepinos con chile para ayudar con el asco, que no se iba, y aumentaba cada vez que pasaba alguien con loción, crema, incluso caminando, todo era motivo de náuseas. Te ves en el espejo y dces: no tengo cintura, solo esta lonjita y estoy pálida. ¿Dónde está el brillo del embarazo? Te enojas. Mucho. No estás enojada con algo en específico, bueno, en mi caso si... con cualquiera que fuera feliz o no vomitara. 

De repente, en las juntas cabeceas, juras que nadie se da cuenta que te quedas tantito dormida escribiendo mails, y manejas con el vidrio abajo para que te de aire mientras tomas algo frío para despertar y no estrellarte. Los pantalones aprietan, pero en la revisión del perfil, no se ve nada, solo de frente, lonjas. Lonjas malignas que evitan que el pantalón cierre. Y qué onda con las boobies? No más camisas de botones, la menos no de la talla anterior.

Pasan las "semanas" y un día, no hay náuseas, ni malestares, te levantas a la revisión del día y DIOS MIO! una ligera pancita (que bien podría parecer colitis) se asoma, y entonces corres por algo holgado, que sepa el mundo que estás embarazada! El hambre regresa, más fuerte que nunca, te sientes feliz, sacas tus cosas y corres al coche, llegas a la oficina y te das cuenta que dejaste la computadora en la casa. Te regresas de volada, llegas a tu casa y te das cuenta que dejaste las llaves adentro, regresas al coche porque dejaste el cel ahí, y lo agarras y te pones a ver whats o FB, porque ya se te olvidó a qué te regresaste. Benditas hormonas. Te vuelves Dory, y te tengo una noticia... es para siempre. 

Un día estarás comiendo o viendo la tele, o a punto de dormir y vas a sentir un movimiento, como una lombricita, o como si hubieras comido mucho picante, burbujas... podría ser diarrea, pero no. Tú sabrás que fué bebé. Entonces vas a llorar, reír y llorar (esto de reír y llorar es para siempre también) lo vas a acariciar y a decirle que se mueva más, que juegue todo lo que quiera... de lo cual te vas a arrepentir por ahí de la semana 36 porque no es lo mismo darle chance a  una mandarina bailarina a una sandía. 

Tu figura ahora si es claramente de una mujer embarazada, y te crees muchísimo, y bebé se hace notar, y también se cree muchísimo. Vendrá una época de altibajos emocionales, los preparativos, las compras, los bb showers, algunas veces agruras, otras insomnio, las visitas al ginecólogo son más interesantes, porque ahora juras que bebé heredó tu boca, y los ojos de su papá... entonces cada vez más veces sueñas con él. Vas a clases de psicoprofilaxis, te vuelves experta en las contracciones, incluso sabes si es Braxton Hicks o labor de parto, es más, estás segura que quieres un parto natural, y de ser posible, sin anestesia, total! una respira y ya está. El miedo y el dolor están en la mente, además nunca en la historia de la vida, ha existido una mujer embarazada tan lista y conocedora como tú. 

Pies hinchados, dolor de cadera, manos gorditas y mal humor, bienvenida al tercer trimestre. A comprar zapatos nuevos. Ya gastaste tu vida entera y tus ahorros en cada cosa que viste en la tienda, en el shopping y no estás de humor para salir a caminar horas en la plaza buscando un pantalón que te quede, así que venganos tu reino, agarras los pants que mejor te quedan y haces un corte coqueto para que suban, te pones una playera que antes te nadaba y ahora te queda de lanchero y nombras este tu outfit para los últimos días. Bebé sigue rebozando de alegría, rebota en tu vejiga (vas al baño como loca), se apoya en tus costillas y brinca!, adiós hígado, pulmones... bendito que yo ya no tenía vesícula, eso seguro hizo más espacio.

Te aproximas peligrosamente a la semana 40 y la gente empieza a decirte: "¿no estás nerviosa?, ¿ya estás lista?, vas a conocer el verdadero dolor eh!, oye ya se tardó en nacer, no?, ya fuiste al doctor?, ya hiciste tu maleta?, etc..." y tu, que ahora eres la versión femenina de Homero Simpson gordísimo con su camisa de flores te limitas a morder un pan con nutella, lechera, cajeta y gruñir.

Un día de repente, llegan. Son calambres, cólicos, molestias en la cadera, sabes que llegó el momento. Y entonces pides una prórroga a todos los santos del cielo, a Jesús, María, el Niño de Atocha y directo con el Boss... empiezas a preguntarte si estuvo bien la decisión de embarazarte (jajaja, ilusa) y haces lo que todo buen mamífero podría hacer, te entregas en cuerpo y alma al proceso más fuerte e impactante y decisivo y hermoso de tu vida: parir.

En el momento en que oyes al doctor decir: PUJE señora, en la siguiente contracción, PUJE! volteas a ver a tu esposo o quien sea que te acompañe en el proceso y algo pasa, pero se quita el slow motion, despiertas. Sabes que llegó el momento, sabes que ese pequeño necesita trabajo en equipo, el miedo va a invadir tu cuerpo, la espalda va a estar fría, vas a sudar MÁS que Rocky en la pelea contra Drago y Apolo juntos, vas a gruñir y respirar casi como Darth Vader y estoy casi segura que se te saltará un ojo como al maestro de Daria, y de repente, vas a sentir como todo pasa, y pasa rápido. Tus oídos jamás escuharán algo más estruendoso y bello, vas a escuchar a tu bebé llorar. Y entonces si, estarás segura que la segunda rayita, por muy clara que sea, significa que estás embarazada, y sabrás que el haberlo estado es la cosa más bonita (y rara) que has vivido, y como yo, extrañarás tu pancita, y los movimientos de bebé, los apapachos, pero sobre todo comer como troglodita y que la gente en lugar de juzgarte, te acerque la charola con más.

jueves, 5 de febrero de 2015

María Magdalena.


"Adriana, tu tarea va a ser desarrollar el caso y diagnóstico de María Magdalena" Mi maestra de Flores de Bach (que no tengo en FB porque seguro me reprueba) es de lo más machista. En una clase nos puso un ejemplo de un caso, equis... donde al final su aprendizaje era: y así es la vida, ¿que ganan las mujeres al paso de los años? pues hijos, peso, canas, arrugas... y los hombres mientras más viejos más interesantes... (¿PERDÓN?) bueno, esa maestra después de algunos argumentos y puntos de vista que expuse decidió darme la tarea de investigar a la mujer más pecadora de todas, la más chillona y para colmo bien facilona. Bueno, eso dice la Biblia, ¿que no? Andaba por ahí tentando a los pobres hombres caray, y pues así llevo casi 3 semanas investigando a Mari, y me devoré sus evangelios apócrifos, y sigo sin llegar a un diagnóstico...

Fué en la Universidad cuando me topé por primera (y única) vez con Simone de Beauvoir, decidí analizar a profundidad una de sus obras más famosas "Le Deuxième Sexe" (El segundo Sexo) para mi clase de redacción avanzada. Una onda muy tremenda de análisis a los estereotipos femeninos que como sociedad hemos construido, y de cómo cualquier intento de retar o romper los mismos de inmediato te pone en un bando donde nadie quiere estar, el de las feministas, las machorras; termina siendo prácticamente uno de los primeros manifestos de igualdad, para mi gusto algo dramático, pero lleno de verdad. Desde que mi profesor supo el título de mi libro, alzó la ceja, me volteó a ver y dijo: "mmm, otra feminista".

Honestamente creo que pocos entendemos las raíces de esas luchas que iniciaron hace siglos, eso de ser feminista no es quitarse el bra y quemarlo mientras se baila al rededor de una fogata (aunque confieso que eso ya lo hice y no me sentí más mujer, más libre si), para mi no deberíamos pelear por ser iguales, al final, y para efectos de esta entrada, para mi, somos diferentes. (Deberíamos ganar lo mismo por el mismo trabajo, y otras tantas cosas que actualmente se discuten... pero no hace falta más que un vistazo al espejo, somos diferentes).

El origen de nuestras diferencias es sencillo, las mujeres peleamos día a día contra otras mujeres y el mundo para demostrar que "podemos" hacer lo que hace un hombre, incluso mejor, las mujeres tratamos de alejarnos de estereotipos femeninos arraigados, las mujeres somos en escencia machistas.

Nacemos y otras mujeres nos enseñan las diferencias entre un niño y una niña, se nos da una casita, una muñeca, un vestido rosa y soñamos con el día de nuestra boda. Crecemos reforzando esa idea y luego, tenemos hijos, si es niño ("que bueno que es varoncito, los hombres no sufren" como diría la Señora que me ayuda en la casa) pues listo! no hay problema, eso si! nada de llorar, nada de emociones, nada de cosas rosas, cuidado con como se expresa, debe ser un "hombrecito" y si es niña, bueno... moñitos rosas y a bailar. Después nos quejamos de esos hombres que no mueven un dedo en la casa, de esas mujeres que son humilladas o maltratadas y no hacen nada al respecto (alguien les robó su poder, "me pega porque me quiere").

Hace un par de semanas fuí a un "Círculo de Mujeres", están de moda, deberían de ir. Es lo más raro del mundo, te pones falda, llevas alimentos y ofrendas y te sientas a cantar, a contar y a conectar con tu escencia femenina. Que cool, ¿no? eso de jugar a ser mujer, no es casualidad que es una tradición milenaria de tribus ancestrales. Las mujeres estamos diseñadas para dar, para amar. Tenemos voces más dulces, sentidos más afinados, una fortaleza inimaginable que aguanta un parto (disculpen mi referencia, pero si alguien me hubiera dicho que YO pasaría por un parto como si nada, no me la creería), las mujeres somos inteligentes, somos grandes estrategas. Pero tenemos algo más, una conexión con la naturaleza impresionante, una sensibilidad que nos permite ser empáticas, las mujeres tenemos magia. ¿Para qué carajos querer ser iguales a un hombre? El Universo es dualidad, y dentro de esa dualidad hay matices, el rechazar lo que somos y transferirlo de generación en generación es lo que nos hace el sexo débil. En cambio, los hombres, se aceptan, ya está. Ninguno es más fácil que el otro, ni mejor, ni peor... 

Durante años viví una competencia contra cualquier hombre que hiciera algo, lo que fuera, yo me empeñaba por hacerlo, y mejor, más rápido. En el trabajo se ve claramente este ejemplo, muchas mujeres peleando contra lo que son para dominar. Ojo, no estoy diciendo que se pongan a bailar entre flores de colores o se vayan a sus casas a hacer la comida, estoy diciendo que si conectaran con su escencia serían más eficientes, más naturales, más reales. Las mujeres no nos damos permisos. Las mujeres no nos damos permiso de pedir ayuda o de decir YA NO PUEDO. Tengo amigas cercanas que acaban de tener bebés, trabajan, se levantan de madrugada a atender al chamaco (claro, porque es labor de la mujer, el hombre tiene que ir a trabajar al otro día), que no se dan ni un respiro, que están como ollas express listas para estallar, y aún así, piensan que no es normal, que necesitan dar más, que deben dar el ancho, que deben estar perfectas, que deben seguir y seguir. 

En carne propia he vivido una cacería de brujas que pensé que sería inexistente, pero ahí está, latente. Cuando decidí quedarme en casa un tiempo para estar con mi hijo y dejar el trabajo, los hombres asentían (claro, es su trabajo ser ama de casa, es mujer) y las mujeres con cara de horror me preguntaban qué iba a ser de mi vida. Estoy segura que a esos hombres los educó una machista (si es que tuvieron la suerte de tener una madre cercana, si no, posiblemente se construyeron una imagen en la mente de lo que para ellos debería ser una mujer en base a sus carencias) y las mujeres, bueno... al parecer perteneciendo a la sociedad de la que habla Simone, desconectadas de su escencia. Un lugar no define lo que somos, mucho menos los genitales.

Hoy leí un post que decía algo así como "con tu short que te tapa media nalga y opinando que todos los hombres son iguales". Las mujeres aplaudiendo como focas, ¡claro! esa zorra. Y los hombres, bueno, pues si... la vieja anda encuerada como no se le va a faltar al respeto. Que sencillo lo hacemos, nosotras nos juzgamos, cargamos con la culpa y además les damos el pase para que ellos metan el gol. 

¡Somos María Magdalena! y también somos el padrecillo que borró sus evangelios y censuró las escrituras y además las editó para hacerla quedar como una paria, una apestada, una prostituta. Y mientras nos peleamos contra nosotras mismas, contra nuestra escencia y con nuestros cuerpos, más vacías nos sentimos. Somos el deber ser, somos hipócritas, permitimos que nos etiqueten (y nos gusta). 

Voy a seguir con esos círculos de mujeres, voy a ir a cantar, bailar, tocar el tambor con mi falda, mis collares y con mujeres que se dan permiso de serlo un par de horas al mes, voy a contar historias y leyendas, me voy a dar el permiso de disfrutarme desde mi energía femenina, la masculina le cede la batuta. Hay como una magia ahí adentro, hay sonrisas de complicidad, ser mujer es lo más maravilloso, mi lado machista se avergüenza mucho de haber sido tan duro y saca a bailar a mi "yin".

Regresando a mi tarea, pues está incompleta. María Magdalena no necesita flores de Bach, ese es mi diagnóstico. Ella fue una mujer cultísima, que rompió con los estereotipos de su época bajo la filosofía del qué chingados, que seguramente era graciosa, ingeniosa, era una mujer fértil, feliz y hermosa que conquistó a Jesús, y a muchos más, y que vivió próspera a su lado. Para mi maestra llevo anotadas 3 flores, a ver si no se me ofende.