Mi primer trabajo remunerado fue
en McDonald´s, a los 16 años en un verano. Estuve ahí casi 5 meses
(considerando que era algo de 1 mes y cacho porque era solamente en vacaciones).
La verdad es que creo que esa fue la primera señal del Universo para avisarme
que me fijara bien hacia donde dirigía mis pasos, tenía problemas con la autoridad,
es decir el Gerente de la tienda. Me gustaba hacer cosas por mi cuenta, estar
en el puesto y horario que a mí me gustaba y hacer historias con las personas
que estaban esperando en la fila, tratando de leerlas. Era la más veloz
comiéndome hamburguesas de dos bocados, tomándome la leche de los helados y
conos sobrante en los envases de cartón antes de tirarlos, pelearme con otros
empleados groseros, hacer nuevos amigos, jugar fut y enamorarme. Está de más
decir que nunca logré ser la empleada del mes.
A los 18 hice mi examen de
admisión para Ingeniería en Mecatrónica en el TEC. Me gané una beca, pero un
tiempo antes de entrar decidí que siempre ser Mecatrónica no me gustaba (en
realidad no sabía ni siquiera que era eso) y me fui a lo “fácil”, estaba de
moda estudiar Mercadotecnia, incluso una amiga me dijo que pagaban súper bien y
a esa edad lo que quieres es ser el rey del mundo, así que le entré.
Mi primer trabajo fue un churro,
la verdad es que yo fui a entrevistas y no me quedé, se quedó otra persona
porque llevó una bolsa de marca “preciosa” a la entrevista (según me contaron
después mis jefas) y bueno… el gusto les duró como 6 meses porque la mujer
renunció así que acudieron al segundo al bat, me llamaron un par de meses antes
de graduarme y acepté. Becaria en Investigación de Mercados. Había llevado un
par de materias de investigación así que se me hizo fácil. La verdad le agarré
cariño a eso, me gustan los números, el análisis, la gente… y así me la llevé
10 años. Reitero que siempre tuve temas con la autoridad, y honestamente jamás
me inundó la pasión mortal por mi trabajo, algunos proyectos me emocionaron
demasiado, sobre todo aquellos donde debía organizar eventos, o que tenían que
ver con gente, exponer, hacer presentaciones diferentes. Lo demás… para qué mentir,
nunca me llenó el corazón, y tampoco es que me interesara ocultarlo, así que
como era de suponerse, mis evaluaciones siempre eran “promedio”. Creo que hay 4
tipos de empleados en una empresa: el que se apasiona y ama lo que hace y que
está dispuesto a dejar la vida si es necesario por la chamba (los menos), los
que disfrutan la chamba y la hacen llevadera sin olvidar que es un trabajo y
que tienen vida (menos que los de arriba),
los que odian lo que hacen pero creen que es la única forma de ganar
lana y entonces vive en la zona gris hasta que se jubilan, despierta mentando
madres y se la pasan tomando terapias y
cursos para convencerse de que es lo mejor para su futuro, para su imagen, para
su estilo de vida o para lo que sea que inventen cada día para levantarse (estos
yo digo que mueren jóvenes de aburrimiento y tristeza); y finalmente, los que
juran que va a renunciar pronto para seguir su sueño pero no se atreven, y en
el inter, “trabajan” y lleva evaluaciones promedio, como yo.
El problema de los empleados
número 4, es que vivimos como revolucionarios tratando de cambiar el sistema,
entonces nos molesta que haya injusticias y buscamos justicia a como dé lugar,
somos quienes denunciamos a los abusivos, quienes enfrentamos los “feedbacks”
con la garganta hecha nudo y a veces, lloramos en el coche de regreso porque
sabemos que nacimos para algo más, somos quienes nos preguntamos por qué la
gente grita en la oficina y se le salta la vena en las juntas, o somos
etiquetados como emocionalmente inmaduros o políticamente incorrectos, quienes
peleamos con firmeza nuestro tiempo personal y quienes no recibimos ni
contestamos llamadas o mails después de las 6 pm… somos el engrane roto de las
empresas, los empleados que drenamos recursos en capacitaciones, viajes,
convenciones, cursos y nomás no nos podemos comprometer.
Cualquiera que tenga un empleo
sabe que vivir así es prácticamente imposible, te enfermas, te deprimes, no te
sientes motivado, te da coraje y te quejas con el mundo del mundo pero nada
cambia, te puedes cambiar de empresa, como yo 3 veces, o hasta más, pero el
problema no son las empresas, el problema eres tú, porque sabes que así te
vayas a la mejor empresa para trabajar (según la truqueadísima encuesta esa que
hacen), no vas a estar feliz, porque necesitas más. Entonces aquí se vuelve a
ramificar y hay dos subgrupos… los que buscan medios para seguir trabajando y
ordeñar empresas pero se hacen un tiempote para hacer lo que aman y encontrando
el equilibrio la pasan perfecto y quienes después de probar el subgrupo 1 y
seguir sintiendo que algo falta… renuncian.
Yo supe que era de este último
grupo cuando me cambié por última vez de trabajo. Era algo diferente, algo
nuevo que no había hecho, me quedaba cerca de mi casa, sonaba padre estar
viajando y decidí darle una última oportunidad.
En un viaje a Brasil con mi ex
jefa una Hindú de pocas sonrisas y corazón de piedra (ojo que para mí siempre
ha sido importante el alma de las personas, yo no puedo trabajar con alguien
con alma brumosa o que demuestra tener mal espíritu, no sé cómo lo sé, pero lo
sé, y ese feeling nunca me ha fallado) me vio mal y me dijo: acostúmbrate a
esto, sé que es tu aniversario, pero después tendrás hijos y tal vez tengas que
viajar en sus cumpleaños, así es el trabajo y se le encendieron flamas en los
ojos y los dientes se le pusieron fosforescentes y si no, pregúntenle a
Brigadeiro o como se llamara el taxista que estuvo a dos de llorar, o al menos,
eso fue lo que yo vi. Una de esas noches en el hotel, mientras me comía un
consomé de pollo que me preparó el Chef del Hotel y hablaba con mi esposo por Skype
tuve una epifanía muy cañona… salió de mi boca y fue algo así como: “Sigo sin
entender qué carajos hago trabajando en lugares así, donde todo es imagen,
pose, hipocresía, dar puñaladas por la espalda y sonreír. A mí me duele el alma
solo de pensar hacerlo, no sé por quién hago esto, pero no es por mí, no sé qué
quiero demostrar, pero mi felicidad está en juego y ya me cansé”, a lo que mi
esposo, mi héroe respondió: “Pues Adriana, entonces renuncia y sé feliz”. No me
dio un discurso, no me hizo analizar pros y contras, ni siquiera me juzgó o me
dibujó escenarios bizarros. De un jalón me trajo al aquí y al ahora, y cuando
regresé me llevó a comer pozole y no dijo más.
Cuando nació Leo, yo ya tenía
bastante arraigada la idea de que no quería regresar a trabajar a la vida
corporativa, pero si quería hacer algo de mi vida. Ya llevaba un camino
recorrido en estudios de energía, magia (para más detalles, favor de acudir a
otro blog que hice que toca ese tema :D), acababa de terminar mi Diplomado en
Tanatología y entre las hormonas del embarazo, los antecedentes, los flashazos
de mi ex jefa Hindú y mis ganas de ser libre, renuncié.
No creo que sea lo mismo
renunciar y andar por la vida que renunciar, tener un recién nacido y andar por
la vida. No sé si yo soy muy marica o qué, pero ser mamá ha sido el trabajo más
complicado para mí. Debo confesar que los primeros meses consideraba muy
seriamente regresar a trabajar a McDonald´s con tal de huir, y empezar de nuevo.
Pero luego recordé el camino y dije, ok, muy gallito pues vas. He tenido días
donde lloro porque me falta tiempo para hacer cosas, hay otros donde me relajo
y fluyo, me he dado tiempo para tomar cursos nuevos, soy terapeuta Floral de
Don Bach y Angeloterapeuta, ya había tomado mis cursos de Taroterapia, y doy
mis consultas, no al nivel que me gustaría, pero es que también estoy
disfrutando cada minuto al lado de Leo que ya casi tiene 1 año, y se me ha ido
volando.
El otro día leía un blog de una
mujer que escribía que ya tenía no sé cuantos meses de haber renunciado y no
había muerto de hambre y me identifiqué plenamente. Tengo el apoyo de un esposo
que al pie del cañón ha sacado la casta, tengo mis ahorritos, mis ingresos por
consultas y terapias y tengo a Leo, mis ingresos personales se redujeron
bastante, he tenido que dejar de darme algunos lujitos y posiblemente en un par
de años de ajuste no salgamos de vacaciones tantas veces como antes, pero soy
feliz.
Soy feliz leyendo el tarot,
comunicándome con los ángeles, viendo las auras de las personas, leyendo sobre
mujeres que corren con lobos y las historias de cuando Nietzsche lloró, haciendo
cupcakes, pasteles o galletas que me piden de repente, preparando desayunos y
comidas en casa, haciendo yoga con Leo, meditando mucho, mucho más que antes y
no para tratar de relajarme y bajarle a mi stress de la chamba o los enojos
eternos, si no para conectarme y porque puedo. En este camino me he topado con
cada vez más personas que se atreven, y renuncian. Renuncian a lo conocido, a
lo cómodo, se dan cuenta que dar la vida por una empresa de ninguna forma será
mutuo y entonces hay maestros de yoga, joyeros artesanales, nutriólogos,
masajistas, terapeutas, creativos, diseñadores, psicólogos, contadores,
financieros, mercadólogos, ex empleados de McDonald´s… que han decidido
intentar. No sé si todas las historias sean exitosas, seguramente muchas hablan
de éxitos y fracasos, y de muchos que no se han permitido el lujo de
intentarlo, de quienes lo intentaron pero decidieron que pesaban más otras
prioridades y tuvieron que regresar, incluso yo misma no sé qué pasos seguiré
dando y a dónde me lleven, pero hoy, coincido al 100% con la mujer del blog que
leí: nunca había sentido tanta alegría por ganarme la vida haciendo lo que amo.
Así que, para los que me
preguntan: ¿y qué tal la vida de ama de casa? Bueno, es una chinga. ¿Qué se
siente no trabajar? Trabajo más que antes, y no solo por estar en casa, sino porque también hago lo que amo a ratos y
estoy segura que viene más.
Y para los que no me preguntan
pero se están preguntando ¿será que hay algo más? ¿Será que yo no nací para
estar sentado haciendo ppts, reportándole a un gordo malo, a una hindú de ojos
flameantes? Solamente les puedo decir que lo único que los separa de la
experiencia de sus vidas es algo fino e imperceptible, se llama miedo, y la
única forma de vencerlo es enfrentándolo.
Y para los que dicen: ay esta
vieja cada vez está más loca, solamente puedo decirles que sí, que tal vez esta
vida no es para todos, que mi manera de ser y de ver las cosas puede sonar
ingenuo o irresponsable, que no tendré una afore muy tremenda, o que es más cómodo
recibir quincena; pero la sensación de nervios de comenzar algo nuevo, de hacer
algo que sabes que naciste para hacer, la adrenalina de cuando firmas tu renuncia
para perseguir TÚ sueño, no se pagan ni con todas las quincenas y aguinaldos
del mundo juntos. Y si no me creen, háganlo, y me cuentan.