lunes, 18 de mayo de 2015

Ensayo sobre la renuncia...


Mi primer trabajo remunerado fue en McDonald´s, a los 16 años en un verano. Estuve ahí casi 5 meses (considerando que era algo de 1 mes y cacho porque era solamente en vacaciones). La verdad es que creo que esa fue la primera señal del Universo para avisarme que me fijara bien hacia donde dirigía mis pasos, tenía problemas con la autoridad, es decir el Gerente de la tienda. Me gustaba hacer cosas por mi cuenta, estar en el puesto y horario que a mí me gustaba y hacer historias con las personas que estaban esperando en la fila, tratando de leerlas. Era la más veloz comiéndome hamburguesas de dos bocados, tomándome la leche de los helados y conos sobrante en los envases de cartón antes de tirarlos, pelearme con otros empleados groseros, hacer nuevos amigos, jugar fut y enamorarme. Está de más decir que nunca logré ser la empleada del mes.

A los 18 hice mi examen de admisión para Ingeniería en Mecatrónica en el TEC. Me gané una beca, pero un tiempo antes de entrar decidí que siempre ser Mecatrónica no me gustaba (en realidad no sabía ni siquiera que era eso) y me fui a lo “fácil”, estaba de moda estudiar Mercadotecnia, incluso una amiga me dijo que pagaban súper bien y a esa edad lo que quieres es ser el rey del mundo, así que le entré.

Mi primer trabajo fue un churro, la verdad es que yo fui a entrevistas y no me quedé, se quedó otra persona porque llevó una bolsa de marca “preciosa” a la entrevista (según me contaron después mis jefas) y bueno… el gusto les duró como 6 meses porque la mujer renunció así que acudieron al segundo al bat, me llamaron un par de meses antes de graduarme y acepté. Becaria en Investigación de Mercados. Había llevado un par de materias de investigación así que se me hizo fácil. La verdad le agarré cariño a eso, me gustan los números, el análisis, la gente… y así me la llevé 10 años. Reitero que siempre tuve temas con la autoridad, y honestamente jamás me inundó la pasión mortal por mi trabajo, algunos proyectos me emocionaron demasiado, sobre todo aquellos donde debía organizar eventos, o que tenían que ver con gente, exponer, hacer presentaciones diferentes. Lo demás… para qué mentir, nunca me llenó el corazón, y tampoco es que me interesara ocultarlo, así que como era de suponerse, mis evaluaciones siempre eran “promedio”. Creo que hay 4 tipos de empleados en una empresa: el que se apasiona y ama lo que hace y que está dispuesto a dejar la vida si es necesario por la chamba (los menos), los que disfrutan la chamba y la hacen llevadera sin olvidar que es un trabajo y que tienen vida (menos que los de arriba),  los que odian lo que hacen pero creen que es la única forma de ganar lana y entonces vive en la zona gris hasta que se jubilan, despierta mentando madres  y se la pasan tomando terapias y cursos para convencerse de que es lo mejor para su futuro, para su imagen, para su estilo de vida o para lo que sea que inventen cada día para levantarse (estos yo digo que mueren jóvenes de aburrimiento y tristeza); y finalmente, los que juran que va a renunciar pronto para seguir su sueño pero no se atreven, y en el inter, “trabajan” y lleva evaluaciones promedio, como yo.

El problema de los empleados número 4, es que vivimos como revolucionarios tratando de cambiar el sistema, entonces nos molesta que haya injusticias y buscamos justicia a como dé lugar, somos quienes denunciamos a los abusivos, quienes enfrentamos los “feedbacks” con la garganta hecha nudo y a veces, lloramos en el coche de regreso porque sabemos que nacimos para algo más, somos quienes nos preguntamos por qué la gente grita en la oficina y se le salta la vena en las juntas, o somos etiquetados como emocionalmente inmaduros o políticamente incorrectos, quienes peleamos con firmeza nuestro tiempo personal y quienes no recibimos ni contestamos llamadas o mails después de las 6 pm… somos el engrane roto de las empresas, los empleados que drenamos recursos en capacitaciones, viajes, convenciones, cursos y nomás no nos podemos comprometer.

Cualquiera que tenga un empleo sabe que vivir así es prácticamente imposible, te enfermas, te deprimes, no te sientes motivado, te da coraje y te quejas con el mundo del mundo pero nada cambia, te puedes cambiar de empresa, como yo 3 veces, o hasta más, pero el problema no son las empresas, el problema eres tú, porque sabes que así te vayas a la mejor empresa para trabajar (según la truqueadísima encuesta esa que hacen), no vas a estar feliz, porque necesitas más. Entonces aquí se vuelve a ramificar y hay dos subgrupos… los que buscan medios para seguir trabajando y ordeñar empresas pero se hacen un tiempote para hacer lo que aman y encontrando el equilibrio la pasan perfecto y quienes después de probar el subgrupo 1 y seguir sintiendo que algo falta… renuncian.
Yo supe que era de este último grupo cuando me cambié por última vez de trabajo. Era algo diferente, algo nuevo que no había hecho, me quedaba cerca de mi casa, sonaba padre estar viajando y decidí darle una última oportunidad. 

En un viaje a Brasil con mi ex jefa una Hindú de pocas sonrisas y corazón de piedra (ojo que para mí siempre ha sido importante el alma de las personas, yo no puedo trabajar con alguien con alma brumosa o que demuestra tener mal espíritu, no sé cómo lo sé, pero lo sé, y ese feeling nunca me ha fallado) me vio mal y me dijo: acostúmbrate a esto, sé que es tu aniversario, pero después tendrás hijos y tal vez tengas que viajar en sus cumpleaños, así es el trabajo y se le encendieron flamas en los ojos y los dientes se le pusieron fosforescentes y si no, pregúntenle a Brigadeiro o como se llamara el taxista que estuvo a dos de llorar, o al menos, eso fue lo que yo vi. Una de esas noches en el hotel, mientras me comía un consomé de pollo que me preparó el Chef del Hotel y hablaba con mi esposo por Skype tuve una epifanía muy cañona… salió de mi boca y fue algo así como: “Sigo sin entender qué carajos hago trabajando en lugares así, donde todo es imagen, pose, hipocresía, dar puñaladas por la espalda y sonreír. A mí me duele el alma solo de pensar hacerlo, no sé por quién hago esto, pero no es por mí, no sé qué quiero demostrar, pero mi felicidad está en juego y ya me cansé”, a lo que mi esposo, mi héroe respondió: “Pues Adriana, entonces renuncia y sé feliz”. No me dio un discurso, no me hizo analizar pros y contras, ni siquiera me juzgó o me dibujó escenarios bizarros. De un jalón me trajo al aquí y al ahora, y cuando regresé me llevó a comer pozole y no dijo más.

Cuando nació Leo, yo ya tenía bastante arraigada la idea de que no quería regresar a trabajar a la vida corporativa, pero si quería hacer algo de mi vida. Ya llevaba un camino recorrido en estudios de energía, magia (para más detalles, favor de acudir a otro blog que hice que toca ese tema :D), acababa de terminar mi Diplomado en Tanatología y entre las hormonas del embarazo, los antecedentes, los flashazos de mi ex jefa Hindú y mis ganas de ser libre, renuncié.

No creo que sea lo mismo renunciar y andar por la vida que renunciar, tener un recién nacido y andar por la vida. No sé si yo soy muy marica o qué, pero ser mamá ha sido el trabajo más complicado para mí. Debo confesar que los primeros meses consideraba muy seriamente regresar a trabajar a McDonald´s con tal de huir, y empezar de nuevo. Pero luego recordé el camino y dije, ok, muy gallito pues vas. He tenido días donde lloro porque me falta tiempo para hacer cosas, hay otros donde me relajo y fluyo, me he dado tiempo para tomar cursos nuevos, soy terapeuta Floral de Don Bach y Angeloterapeuta, ya había tomado mis cursos de Taroterapia, y doy mis consultas, no al nivel que me gustaría, pero es que también estoy disfrutando cada minuto al lado de Leo que ya casi tiene 1 año, y se me ha ido volando.

El otro día leía un blog de una mujer que escribía que ya tenía no sé cuantos meses de haber renunciado y no había muerto de hambre y me identifiqué plenamente. Tengo el apoyo de un esposo que al pie del cañón ha sacado la casta, tengo mis ahorritos, mis ingresos por consultas y terapias y tengo a Leo, mis ingresos personales se redujeron bastante, he tenido que dejar de darme algunos lujitos y posiblemente en un par de años de ajuste no salgamos de vacaciones tantas veces como antes, pero soy feliz.
Soy feliz leyendo el tarot, comunicándome con los ángeles, viendo las auras de las personas, leyendo sobre mujeres que corren con lobos y las historias de cuando Nietzsche lloró, haciendo cupcakes, pasteles o galletas que me piden de repente, preparando desayunos y comidas en casa, haciendo yoga con Leo, meditando mucho, mucho más que antes y no para tratar de relajarme y bajarle a mi stress de la chamba o los enojos eternos, si no para conectarme y porque puedo. En este camino me he topado con cada vez más personas que se atreven, y renuncian. Renuncian a lo conocido, a lo cómodo, se dan cuenta que dar la vida por una empresa de ninguna forma será mutuo y entonces hay maestros de yoga, joyeros artesanales, nutriólogos, masajistas, terapeutas, creativos, diseñadores, psicólogos, contadores, financieros, mercadólogos, ex empleados de McDonald´s… que han decidido intentar. No sé si todas las historias sean exitosas, seguramente muchas hablan de éxitos y fracasos, y de muchos que no se han permitido el lujo de intentarlo, de quienes lo intentaron pero decidieron que pesaban más otras prioridades y tuvieron que regresar, incluso yo misma no sé qué pasos seguiré dando y a dónde me lleven, pero hoy, coincido al 100% con la mujer del blog que leí: nunca había sentido tanta alegría por ganarme la vida haciendo lo que amo.

Así que, para los que me preguntan: ¿y qué tal la vida de ama de casa? Bueno, es una chinga. ¿Qué se siente no trabajar? Trabajo más que antes, y no solo por estar en casa,  sino porque también hago lo que amo a ratos y estoy segura que viene más.
Y para los que no me preguntan pero se están preguntando ¿será que hay algo más? ¿Será que yo no nací para estar sentado haciendo ppts, reportándole a un gordo malo, a una hindú de ojos flameantes? Solamente les puedo decir que lo único que los separa de la experiencia de sus vidas es algo fino e imperceptible, se llama miedo, y la única forma de vencerlo es enfrentándolo.


Y para los que dicen: ay esta vieja cada vez está más loca, solamente puedo decirles que sí, que tal vez esta vida no es para todos, que mi manera de ser y de ver las cosas puede sonar ingenuo o irresponsable, que no tendré una afore muy tremenda, o que es más cómodo recibir quincena; pero la sensación de nervios de comenzar algo nuevo, de hacer algo que sabes que naciste para hacer, la adrenalina de cuando firmas tu renuncia para perseguir TÚ sueño, no se pagan ni con todas las quincenas y aguinaldos del mundo juntos. Y si no me creen, háganlo, y me cuentan.