Llega el momento en la vida de toda pareja
donde comienzan las pláticas sobre lo que viene, hacia dónde va todo. Hay
pláticas más intensas que otras, aunque todas sean igual de importantes, y me
refiero a intensas porque los hijos son un tema MUY relevante: ¿habrá hijos? ¿No
habrá? ¿Qué pasa si esa decisión cambia con el tiempo?; y cuando decides que sí
y tienes al primer hijo pues en realidad no sabes calibrar todavía el impacto
que eso tendrá en la pareja y en sus vidas como individuos… PERO ya que tienes un
hijo y sabes de qué se trata, pues la decisión se torna más compleja.
No quiero decir que tener hijos sea terrible,
no lo es, es increíble y maravilloso, y una chinga a la vez. YO todavía tengo
flashazos de mis veintipico horas en labor de parto, las ojeras de los desvelos
apenas se me empiezan a quitar, y a pesar de eso, no paro de sonreír y
agradecerle al Universo el regalo que me dio. La vida como pareja da un giro
brutal, porque si, es complicado de repente adaptarte a vivir con alguien, pero
nada se compara con ese momento donde te dan a tu hijo y llegas a tu casa y
empiezan a aflorar las dos corrientes de crianza, las discusiones, los
desvelos, la organización y la convivencia. Y una vez que estás medio agarrando
la onda, pues te das cuenta que ya no tienes 18 años y que si quieres traer
otro ser a este mundo, es hora de sentarse a platicar… ESA plática otra vez.
Al final, si piensas mucho las cosas, terminas
por no hacerlas. Y desde que decidimos casarnos adoptamos esa filosofía: hay
decisiones que no se piensan tanto, y muchas de esas decisiones son las más
importantes de la vida, y hay que aplicar un pues mi deseo es más grande que el
miedo, agarras la ola y te lanzas. Y así fue.
Creo que los seres humanos tenemos como un chip
que nos hace creer que si hemos vivido algo, pues ya nos la sabemos perfecto,
lo tengo identificado y aun así no logro controlarlo, ese pensamiento de sentir
las cosas bajo control sigue apareciendo, así que cuando vi la prueba positiva,
respiré y dije: ¡ok! Pues ya llegó, a recibir a este ser como se debe, ya sé
que hay que hacer, citas, vitaminas, cuidados, pues listo.
Pero, el Universo en su infinita magia y
sabiduría volteó a verme y soltó una carcajada: ¿tu crees que sabes? Bueno,
vamos a mostrarte que no. Y así comenzaron los primeros 3 meses (o esas famosas
12 semanas). De mi primer hijo tuve dos semanas de náuseas, donde me sentía
asqueada con poca hambre y cansancio, fueron dos semanas contadas y ¡listo! El resto
del embarazo fue simplemente engordar. Me acuerdo que me reía de las mujeres
que pálidas contaban sus penas, y yo pensaba: ¡ni aguantan nada! Recuerdo mis
posts en Facebook “rompe mitos” y entiendo lo que sucedió y por qué.
De repente
empezaron las náuseas, cerca de la semana 5. Abría los ojos y tenía que tener
ya una fruta en la boca porque si no… todo el día estaría medio desmayada o
arqueando. Pasaba la mañana y a medio día nuevamente el asco que me hacía estar
normal y al momento siguiente arqueando como si no hubiera un mañana, y por la
tarde/noche, otra vez. ¿Comer? No, gracias. ¿Cómo pueden comer carne, es
asquerosa y huele fatal. UFFFF ese señor que pasó en la calle huele horrible,
¿cómo por qué me habla la gente?, mi teléfono es asqueroso, el olor del
refrigerador ni pensarlo, el olor de los coches, de la calle (¿ya se dieron
cuenta que las calles huelen a tortilla?), empecé a tener antojo de cosas
frías, eso me ayudaba con las náuseas, comía hielos, paletas, agua, lo que
fuera frío.
Recuerdo un día iba manejando y en la calle
había una caja aplastada con frutas (como si se le hubieran caído a un camión y
las hubieran aplastado) solo de verlas me fui arqueando como 3 calles. ¿Lavarme
los dientes? (a la fecha es un martirio). Subía corriendo las escaleras porque
podía oler la comida de los vecinos y me daba asco, me enojaba muchísimo por
todo, con todos, y de repente llegó el sueño.
Bendito sueño. Ir manejando y llorando de
sueño, hacer yoga con sueño, jugar con Leo muriendo de sueño, llegar
arrastrándome a la cama… y no poder dormir. Cansancio infinito, viendo pasar
los minutos anhelando que llegara Alex de la oficina para poder recostarme y
hacer una pausa. ¿Qué es esto? Quejas todo el día.
Tuvimos nuestra cita con el médico, el chip ese
que les digo activado al 100%, ya se lo que me va a decir, ya sé lo que va a
pasar, le vamos a dar la noticia a la familia, Leo va a estar feliz!), y pues
no. Resultó que para la semana en la que estaba, el ultrasonido estaba
mostrando la bolsa de bebé pero no al bebé. Recuerdo la cara del doctor, el
tono de su voz, la forma en la que nos miraba: hay una posibilidad de que no
haya bebé, pasa en un % de embarazos, no podemos hacer nada más que
monitorearlo y vernos en 2 semanas más, si pasa algo antes, por favor me
avisan, el cuerpo tiende a limpiarse solo en estos casos y necesitamos asegurar
que todo esté bien, hay que tomar esto, ponerse esto… entré al baño a cambiarme
y me vi al espejo. Traté de no llorar, respiré. Me pidió más análisis de sangre
para medir la hormona, y paciencia, calma y cuidados.
Yo creo que las parejas pasamos por momentos
que superamos juntas, que hablamos, que compartimos, y también pasamos por
momentos donde simplemente nos miramos a los ojos y podemos entender lo que el
otro está sintiendo. Este fue uno de esos momentos, yo sabía que los dos
estábamos muy asustados, ninguno quería hablar puntualmente del tema, si uno se
derrumbaba la cosa iba a estar más difícil. Han sido las dos semanas más largas
y difíciles de mi vida, ¿cómo se supone que te sientas? ¿Triste? Pues no porque
no han confirmado nada, ¿Feliz? Pues tampoco porque no han confirmado nada.
¿Hay algo que puedas hacer para salir de esta más rápido? NO. Confianza, paciencia,
calma; es todo. Le menté la madre a todos los seres humanos que en algún
momento han dicho “es como el embarazo, estás o no estás embarazada, no hay
medias tintas” y quería tener un megáfono que dijera: SI HAY MEDIAS TINTAS
IDIOTA.
Me volví una especie de robot que funcionaba
básicamente por mi pequeño Leo, que me veía con cara de: a esta mujer algo le
pasa. Los momentos donde no estaba con él, pues lloraba, y buscaba hacer mi
vida para distraerme, había días que lo lograba, otros que no. Me urgía que
llegara la noche, que era cuando todo estaba en silencio y yo podía hablar con
Dios, preguntarle qué estaba pasando. Los fines de semana era un bulto tirado
en el sillón. Los síntomas se incrementaron de manera exponencial, mi cansancio
me impedía poner atención a algo, o moverme. Mi cabeza estaba revuelta,
mareada, cansada, me dolía el pecho y bendecía cada náusea porque eso indicaba
que había hormona, y si había hormona, había esperanza.
Llegamos a la cita con el Doctor hechos pomada,
él se dio cuenta porque lo primero que hizo al verme entrar por la puerta
llorando fue subirme a la camilla para hacer el ultrasonido. Su pantalla está
en el techo entonces yo no sabía si quería ver o no, entrecerré los ojos y los
abrí porque me sobresaltó el grito de Alex: ¡AHÍ ESTÁ!, ESE ES SU CORAZÓN… veía
borroso, estoy segura que hice una inhalación profunda después de dos semanas,
y escuchamos el sonido más hermoso del Universo: su corazón, era un latido pero
a mi me dijo: mamá, papá ¡aquí estoy! Ya no estés triste, mira, mi corazón late
fuerte y vamos a estar bien.
Ese día aprendí cosas que tal vez me hubiera
llevado años entender y aprender: el amor a un hijo surge desde el primer
instante que sabes que está ahí, y es poderoso, es de ese amor que arrasa, que
quema, que te da fuerza y que somos incapaces de controlar lo que sea, creemos
que controlamos cosas, pero no es así, y el fluir con la vida a veces es más
difícil porque, como decía una maestra, los huevos no son al gusto.
Ese día recé con más ahínco que nunca por todas
las madres del mundo que han perdido un hijo, en la etapa que sea, de la forma
que sea; porque a pesar de que mi experiencia fue difícil, no se compara con la
suya y admiré su valor, su fuerza y entendí que no hay de otra, el amor es lo
que las mantiene vivas.
“Casualmente” pasando esos días, mis síntomas
fueron disminuyendo, coincidía con el número de semanas, la reducción de la
hormona de manera natural y CLARO que sabía que estaba 100% embarazada.
Esperamos un poco más para darle la noticia a Leo, y esperamos un poco más para
darla a conocer al mundo, aunque honestamente, mi panza ya no se veía como de
colitis para ese momento.
Me siento muy diferente, claro que cada
experiencia que tenemos en la vida es distinta, aunque la queramos meter al
frasco de “esta ya me la sé”, siempre hay algo que cambia, porque cada
experiencia enseña, si no qué chiste tendría vivir.
Las náuseas se han ido, ha llegado la gordura
(el cuerpo se va de gorda en tobogán cuando ya sabe que está embarazado otra
vez, jaja), el dolor de espalda y el sueño y cansancio al parecer llegaron para
quedarse. Todos los días hablo con el bebé, le cuento que estamos haciendo,
siento cómo salta al escuchar a su hermano mayor y a su papá, me siento
bendecida, es como si de todas las posibilidades del Universo me hubiera
quedado con la ganadora. Muy atrás quedaron esos pensamientos de qué voy a
hacer cuando nazca, honestamente aprendí a disfrutar el momento, el instante;
aprendí a valorar más la vida, ya no tengo prisa, ya voy despacito.
Cuando alguien me pregunta: ¿y ya saben que es?
Yo creo que es niña/niño porque bla bla bla, yo sonrío, y respondo: aún no
sabemos. Y en mi cabeza y mi corazón resuena una frase extra: “lo único que
pido es que sea un bebé sano, fuerte y feliz, sus genitales, son cosa suya”.
Así han sido nuestros primeros 3 meses juntos,
intensos, llenos de adrenalina, de llanto, de risa, de asco, de enojo, de amor…
y deseo con toda el alma poderte contar esta historia millones de veces (como
hacemos las mamás) una vez que te tenga en mis brazos.