lunes, 20 de abril de 2015

Mi lunar de sabiduría.


Tengo un mechón de canas, desde que soy niña. Durante toda la vida siempre fue motivo de vergüenza; es decir, no bastaba con ponerme pecas, también tenían que dibujarme un pincelazo de canas como viejita. Confieso que traté de ocultarlo con bastante éxito durante muchos años, ya sea acomodando el cabello, pintándolo, dándole un pasón de rimmel y hasta con una como crayola que compré en CVS un día.

Nunca falta el típico que se da cuenta y corre, te agarra la cabeza, la inclina y señala el mechón gritando: ¡tienes canas!

Total que viví treinta y tantos años espantada del mechón, hasta que hace poco, con el cambio de vida y decisiones un día mientras me peinaba, lo vi y le dije: tú también vas a cambiar. Fui al salón y pedí un corte, cambio de color… y con voz bajita le dije: “ah y  ese mechón de canas porfa píntalo rosa”. Salí del salón orgullosa con mi mechón rosa, el cual bajo mi inexperiencia con los tintes y colores de fantasía me duró aproximadamente 2 días.

Estaba lista para ir corriendo a comprarme algo para pintarlo de nuevo cuando por azares del destino, en mi clase de yoga bebé una amiga me preguntó si ya tenía ese mechón y le conté mi historia. La miss al escucharlo me dijo: “es un lunar de sabiduría”, entonces, esos treinta y tantos años que cargué con la “vergüenza” de mis canas se esfumaron. Me hice la que no me importó pero llegando a mi casa le escribí por whats para que por favor me explicara esa onda de los lunares de sabiduría, es más, busqué en google (como súper profesional y todo) y no encontré mucho más que en efecto, pues las canas son relacionadas con la sabiduría, la madurez, la experiencia y pues claro, la vejez. Pero tener un lunar así desde la juventud, significa algo más profundo, significa que de alguna forma el cuerpo tiene sabiduría, o vínculos con el Universo, la historia, el alma posee cierto grado de madurez, y entonces no tiene otra forma de presumirlo que evidenciando el mechón.

Estos últimos meses han llegado muchos mensajes a mi vida de una y mil maneras. Libros, películas, clases, sueños, visiones, pláticas, mantras, y todos ellos me invitan a aceptarme, a amarme y a soltar. Es bien fácil decir: me amo cañón, me caigo súper bien; pero la verdad es que cuando estás solito, a punto de meterte a bañar, muchas veces evitas el espejo, porque hay gorditos, estrías, algo se cayó y ya no es como antes, tal vez arrugas, o ese “defecto” que solo tú notas, y nadie más, ese mechón de canas que toma proporciones gigantescas… hasta que alguien te dice: “es un lunar de sabiduría”.

Me imagino que en otras vidas también ha estado, y ha sido motivo de orgullo, es más, al sanar a otros, al cocinar, al moverle al caldero o hacer un ritual, este lunar maravilloso ha vivido millones de aventuras conmigo. Hoy sé que soy afortunada, no solamente porque tengo un lunar especial, sino porque estoy entera, porque no voy a ignorar los mensajes, porque tal vez gracias a ese lunar (entre otras cosas), soy diferente y eso me hace ser auténtica. Para mí, cumplir años es motivo de celebrarse, y no simplemente porque quiera mi corona, sino porque el alma y el corazón se pusieron de acuerdo con el cuerpo para darle otra vuelta al sol. Cada cosa que nos hace diferentes es justo lo que vale la pena, lo que nos enseña que no estamos hechos como en serie, si no que hemos ido acumulando experiencias que nos han transformado y tocado nuestros cuerpos a través del tiempo. Todos y cada uno de mis lunares, y de mis pecas y cicatrices cuentan una historia, algunas no me las sé, pero siempre están ahí, recordándome de qué estoy hecha.


Agradezco mi lunar de sabiduría, y a partir de hoy me dispongo a honrarlo. Me viene valiendo un cacahuate si para alguien representa solo la edad, ya no voy a dar explicaciones. Posiblemente decida que quiere a veces ser rosa, caramelo, azul, pero él y yo sabemos que hay más historia que contar. Seguramente si me estás leyendo ya ubicaste tu “lunar”, disfrútalo y ámalo, porque es de lo más hermoso que te puede pasar, y si no, pregúntale a Tongolele. 

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