lunes, 23 de marzo de 2015

La importancia del aplauso.


Desde que estaba embarazada leía sobre los diferentes estilos de educación que existen, y las “consecuencias” de cada uno de ellos. Debo decir que antes de adentrarme más en la crianza consciente y respetuosa, era partidaria de los castigos severos, la famosa nalgada “a tiempo” y muchas otras cosas que la mayoría de nosotros vivimos de niños.
 
Cuando Leo tenía como un mes, leí un artículo que explicaba por qué no se debe aplaudir los logros de los hijos, sobre todo aquellos que están dentro de la norma, es decir, lo que se supone que por naturaleza los niños deben hacer, llámese gatear, caminar, hablar… además también me enteré exactamente cómo funciona el famoso método de Estivill, donde básicamente dejas llorar a la cría hasta que el cansancio lo vence y “aprende” a dormir. Siempre me he jactado de mi buen sentido común, pero sobre todo de escuchar esos “si” y “no” profundos que todos tenemos como semáforos que nos van calibrando, justo como cuando me recomendaron dopar a bebé, escuché un NO.
 
No creo que exista un estilo de crianza bueno y uno malo, yo creo que todos somos el resultado de aprendizaje, prueba y error; y así lo vamos pasando a las generaciones que siguen. Pero mi vida en particular me ha enseñado que más vale bueno por conocer que malo por conocido, y no estoy de acuerdo en seguir normas o patrones y mucho menos consejos de personas que han hecho tal o cual cosa porque no todo nos funciona a todos.

Al poquito tiempo, Leo comenzó a sostener la cabeza como todo un campeón, y recordé el artículo que decía: no debes aplaudirle cosas que debería estar haciendo, pues no son un “extra” y me dio risa. Ver a Leo observando el mundo desde su nueva perspectiva de 30° y abrir los ojos como plato de sorpresa y pensar en cómo su cuerpecito tuvo que madurar de manera inexplicable los músculos, las zonas cerebrales y la coordinación, además de la fuerza me arrancó un aplauso y le dije fuerte y claro: “MUY BIEN LEO! , eres increíble”. Seguramente si el viejo o vieja que escribieron el artículo me escucharan, moverían la cabeza con desaprobación. ¿Cómo le dices eso? Está levantando la cabeza, es lo esperado. Pues no estoy de acuerdo.

En la escuela y después en el trabajo vas a vivir rodeado de mamarrachos que te dirán que eres menso, lento, menos, que te falta, que alguien es mejor, que te van a poner objetivos, que van a recibir tus trabajos, presentaciones, y harán cara de “no es suficiente” y te mandarán a cursos de cómo ser ejemplar, exitoso, de cómo avanzar contra la adversidad, de cómo hablar para convencer y de cómo siempre puedes crecer y avanzar, ser más, ser mejor y más importante, a costa de lo que sea. ¿Quién se supone entonces que te aplauda esos logros?
En un mundo cada vez más complicado y lleno de personas a las que sus papás no les aplaudieron sus primeros pasos, su primer dibujo, su primera palabra, los humanos estamos mutando y hay dos equipos, quienes despiertan y se dan cuenta que en realidad no tiene que cumplir las expectativas de NADIE pues el hecho de estar es maravilloso y quienes viven en el eterno camino de complacer y buscar el aplauso. Yo ya estuve en los dos lados. El mundo necesita más personas seguras, de esas que no necesitan complacer, que no requieren ser evaluadas y castigadas, de esas que aplaudan a los demás porque saben lo que se siente.

Hace poco me hablaron para ofrecerme un tour en una nueva escuela que es revolucionaria y tremenda, una escuela de los líderes del futuro, los emprendedores. El argumento de la señora que hablaba era simple: “educamos a los niños para que desde ahora sean superiores, que nunca se sientan satisfechos y siempre den un extra por la excelencia” me quedé helada, acá entre nos, me imaginé a la mujer tipo tronchatoro con bigote de Hitler.
 ¿Por qué alguien querría que su hijo fuera adiestrado así?
Hay muchos ejemplos a nuestro alrededor de papás psicópatas. Incluso hay un programa que sigue las vidas de los padres altamente exigentes, que volcaron en sus hijos sus frustraciones y los castran de por vida exigiéndoles que sean algo que ellos no fueron. Padres que van a los partidos de sus hijos a “echar porras” pero están más atentos a ver en qué se equivocó el de al lado, o peor aún su propio hijo y le gritan cosas horribles… como hijo seguro prefieres que no vayan, como si no te dieras cuenta que la regaste como para que tu papá o tu mamá te estén gritando que estás bien menso.

Es por eso que no estoy de acuerdo. Si mi hijo aprende a leer o a hablar, si desarrollar algún tipo de cualidad quiero que sepa que es un logro, y es bueno, y es increíble. ¿Por qué? Bueno, para empezar porque hay muchos niños que no pueden hacerlo, y tienen dificultades, y porque no es “normal”, es una hazaña para sus mentecillas. Es por eso que no presiono a mi hijo para que haga cosas mejor, más rápido o antes que otros niños, lo respeto en sus tiempos. Es por eso que no hago comparaciones contra otros niños, porque para mí, Leo no es un ser que hay que adiestrar y hacer encajar en un prototipo de futuro CEO Global Mundial Super Ultra Poderoso… es un ser humano pequeñito, que está conectado a su esencia más pura, y quiero que se mantenga así el mayor tiempo posible. Hablar, caminar, sumar, manejar, cualquier cosa que venga en el futuro será aplaudida y motivo de orgullo, porque señores de los artículos castrantes, NO, no es normal. No quiero un hijo lleno de complejos y frustraciones, ni un buscador eterno de la excelencia y la perfección, ya suficientes cargas genealógicas debe traer el pobre a trabajar como para que yo todavía le sume otras más. No pienso ni por un segundo que Leo sea el mejor niño del mundo, ni el más listo, ni Batman… quiero que sea feliz. Quiero que tenga claro que cada cosa que logre merece ser celebrada, que no necesita llenar expectativas de nadie más que las suyas, y que sepa que siempre atrás de cada paso voy a estar ahí aplaudiendo. Me viene valiendo madres si a un psiquiatra, ciudadano o un estudioso de Harvard le parece incorrecto.
Alguien me dijo una vez, un niño no pide lo que no tiene, cuando hablábamos de si dejar llorar a los niños era bueno o no. Y me di cuenta que es una gran verdad. Quiero que Leo tenga atención, amor, apoyo y porras, y que sepa que las puede pedir porque las merece, y porque yo siempre voy a estar ahí para recordárselo y para que sepa que siendo humilde y centrado puede ser y hacer lo que se proponga.
Creo que no podemos hablar de crianza respetuosa si no comenzamos a respetar en serio a los humanitos que nos eligieron para ser sus compañeros y guías en los primeros años, no por ser más pequeñitos o porque no podamos entenderlos merecen ser maltratados, hechos a un lado o abandonados en cualquier sentido.
 Y si estoy mal, y resulta que no era por ahí, pues bueno, siempre podemos pedir un hermanito…

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